Elisabeth Eaton Converse (Laconia, New Hampshire, USA. 1924 – ?) nunca grabó un disco. Tampoco nunca dio un concierto en una sala o espacio público. Al margen de canciones entre amigos en apartamentos del Greenwich Village a inicios de los años cincuenta (algo que sí hizo mucho), su única actuación en directo fue en 1954, en el programa «The Morning Show» de la CBS. Sus canciones – sencillos y cortos temas de folk urbano a base de guitarra y voz – no tuvieron ningún éxito en su tiempo, y parece ser que, poco a poco, una densa sensación de fracaso y decepción fue adueñándose de ella. En 1974, Connie envió algunas cartas de despedida a familiares y amigos; en ellas hablaba de su necesidad de cambiar de vida, de dejarlo todo, de empezar de nuevo en otro lugar. Y entonces se fue, y nunca más nadie volvió a saber de ella. Simplemente se esfumó, para siempre; como Bas Jan Ader (1942 – 1975?), el artista holandés que un año después realizó su acción más famosa y emblemática: adentrarse en el mar y no volver jamás. Dos acciones distintas aunque igual de extremas y perturbadoras. Dos personas que, quizás por motivos parecidos, decidieron desaparecer sin dejar rastro. Connie Converse lo hizo en un Volkswagen escarabajo, Bas Jan Ader en un pequeño velero.
De todos modos, existe un disco maravilloso de Connie Converse: How Sad, How Lovely (2009). Una recopilación de grabaciones caseras e íntimas que, pese a ser editado por Dan Dzula y David Herman (dos personas que no conocieron a Converse), recupera de un modo emocionante la figura de uno de sus amigos de Nueva York: Gene Deitch, ilustrador, director de cine y productor amateur que por aquel entonces estaba grabando cintas de gente como Pete Seeger, y que por suerte grabó también algunas de las canciones de Connie. En 2004, Gene Deitch fue invitado por David Garland a «Spinning on air» (famoso programa de radio americano dedicado a música «inusual»), donde éste (a sus 80 años) puso una de sus canciones. Y fue entonces cuando Dzula y Herman – oyentes del programa – escucharon por primera vez la música de Connie Converse y decidieron hacer lo posible por editar un disco suyo. Junto estas cintas y otras facilitadas por Phillip Converse (uno de sus hermanos, al que Connie mandó algunos cortes durante la década de los cincuenta), en 2009 consiguieron publicar el único álbum que existe de Connie Converse. 17 canciones que se avanzan a su tiempo, 17 canciones que predicen de un modo discreto el auge posterior que tendría el folk y la música de raíces en los sesenta (Bob Dylan, por ejemplo, no llegó a Nueva York hasta 1961).
Una historia facinante y triste la de Connie Converse. La historia de aquel o aquella que tuvo las condiciones para triunfar (entusiasmo, inconformismo, valentía, actitud…) pero que, por lo que sea, no lo hizo. Como Bas Jan Ader, que al fin y al cabo no tuvo el reconocimiento del arte contemporáneo hasta los años noventa, quince o veinte después de su misteriosa desaparición; momento en el que se recuperan la mayor parte de sus fotografías y vídeos de los setenta.
Supuestamente, Connie Converse sólo quería cambiar de vida. Y Bas Jan Ader finalizar su tríptico «In search of the Miraculous» con un último y fantástico viaje. Y quizás, aunque no sepamos qué pasó con ellos, lo hicieran. Me imagino a una anciana Connie Converse – aunque tiene otro nombre, claro – entonando alguna canción en el porche de una casa tranquila, mientras Bas Jan Ader (18 años más joven) corre en bici por el jardín, directo al arroyo, al que se tira con la bici para que Connie se ría.