Nunca he estado en Portland, pero es una ciudad que me atrae. Primero fue por su baloncesto, y después por sus músicos. Recuerdo que en los ochenta, pese a ser yo de los Lakers, siempre fui simpatizante de los Portland Trail Blazers. Me gustaba el juego espectacular y elegante de Clyde Drexler (tipo Jordan, pero más discreto, menos fanfarrón). Recuerdo que los Trail Blazers jugaban bien, pero nunca ganaban. También recuerdo que Drexler siempre participaba en el concurso de mates. Aquí lo seguíamos en Cerca de las estrellas.
A mediados de los noventa me interesó menos el baloncesto y más la música. Me olvidé de Clyde Drexler (que además se había ido a los Houston Rockets) y me centré en Elliot Smith, que aunque nació en Nebraska y murió en Los Ángeles vivió la mayor parte de su vida en Portland. Roman Candle (1994), su primer disco, y Either/Or, el tercero, (1997) siguen siendo mis preferidos. Lástima que escuchar a Elliot Smith siempre genere tristeza.
De todo modos, no fue hasta la década de los 2000 cuando empecé a fijarme en la proliferación de bandas que me gustaban y que eran de Portland. Grupos como The Decemberist (Collin Meloy venía de Montana y de fundar allí Tarkio, gran grupo por cierto), Alela Diane, Dolorean, Norfolk & Western, Laura Gibson, Laura Veirs, The Dimes, Horse Feathers o Musée Mécanique. Grupos y músicos distintos pero que comparten una cuidadosa revisión del folk desde un presente más curtido en el pop o el rock. Las melodías pegadizas de The Decemberist o The Dimes, la americana suave de Horse Feathers o Norfolk & Western, la densidad slowcore de Dolorean, las atmósferas sonoras de Musée Mécanique, las canciones desnudas de Alela Diane, Laura Veirs o Laura Gibson. De algún modo, todos los sonidos que vienen de Portland me gustan. Bueno, todos no, no puedo con M.Ward.
Pero si tuviera que reducir mi visión de Portland a uno de estos músicos, solo a uno, sin ninguna duda me quedaría con Laura Gibson. Sus tres discos hasta la fecha – If You Come to Greet Me (2006), Beasts of Seassons (2009) y La Grande (2012) – son fantásticos, así como sus colaboraciones con otros músicos como Ethan Rose o el propio Collin Meloy (con el primero grabó en 2010 un precioso disco como de rural ambient; con el segundo cantó en Collin Meloy Sings Sam Cooke en 2008). De hecho, sus discos están en el ranking de los más escuchados en casa, casi siempre en dos momentos muy concretos. Por la noche y al despertar. Dormirse mientras suena This Is Not the End, Hands in Pocket o Small Town Parade (canciones de su primer disco) o tomar un café matinal escuchando Milk-Heavy/Pollen-Eyed (del último) es simplemente un buen momento, un momento templado en el que las cosas solo pueden estar bien. No hay insomnio, no hay pereza, no hay mal humor. Un nueve por favor.
Y no es que las canciones de Laura Gibson sean muy alegres. Mas bien son plácidas y oscuras, muy narrativas. Relatos sonoros sobre consuelos, pérdidas, temores y silencios, pero lo cierto es que su escucha siempre me reconforta. Su voz suena antigua, su guitarra y sus arreglos finos y precisos, a lo Clyde Drexler. Canciones nuevas que parecen viejas grabaciones caseras de folk amable y denso, con un importante peso literario. Una exploración de la música tradicional americana – pienso también en Six White Horses (2008), un disco corto en el que Gibson versiona seis temas de blues clásico – que aporta un nuevo enfoque precisamente a través de la búsqueda voluntaria del aire antiguo que acompaña a la música de raíces. Y ese aire antiguo leído desde hoy es lo que, al menos para mi, hace que su modo de entender el folk sea tan especial y conmovedor.
Ya desde los ochenta, desde los partidos de los Portland Trail Blazers que veía en Cerca de las estrellas recuerdo algunas imágenes del skyline de Portland con el monte Hood al fondo, majestuoso y nevado. Tenemos en casa un gran mapa físico de América del Norte – abarca desde Costa Rica a Alaska – y me gusta buscar en él lugares que desconozco y a los que me gustaría ir. Portland, el monte Hood (el mapa indica que su altitud son 3.430 metros), el estado de Oregón, y más arriba, Seattle, Spokane, y más arriba, a la derecha, Great Falls, el río Missouri, el estado de Montana (tras leer Rock Springs de Richard Ford también quiero ir allí). Y mientras fabulo con viajar a Portland, escuchamos Broken Bottle, a oscuras, medio dormidos ya. Las luces del router tintinean en la oscuridad. No sé porque tenemos ese router en el suelo de la habitación, al lado del balcón (tenemos otro en el comedor), pero la intermitencia de sus leds y las canciones de Laura Gibson transforman el cuarto en una pequeña cabaña con chimenea en la ruta del monte Hood, a unos cincuenta kilómetros de Portland. Fuera está nevando de nuevo, pero dentro se está realmente bien.