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Estoy en casa, tranquilo. Estamos a finales de invierno, pero hoy no es un día frío. En invierno, cuando trabajo en mi estudio siempre acabo un poco destemplado. Mi estudio es un sitio pequeño, agradable, acogedor, pero si pongo la estufa me aso, así que no suelo enchufarla. Sospecho que al otro lado de la pared debe estar el hueco de la escalera de la casa contigua. La pared siempre está fría. A veces pico, como para comprobar si hay alguien. Nunca me han devuelto la señal.

Estoy solo, así que, como en otras ocasiones, cojo mi ordenador y mi libreta y me instalo en la sala de estar. Avanzo la mesa y me sitúo en medio del salón. Traigo el flexo, cierro la puerta doble que da al pasillo. Desde ahí puedo ver el patio, las flores. Son casi las cinco de la tarde, y el sol se refleja en los edificios de enfrente.

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Escribo y escucho el Archive Series Volume No. 1 de Iron & Wine. Un disco maravilloso, templado, cálido. Un disco acústico en el que Sam Beam – el músico que se encuentra detrás de Iron & Wine – recupera varias grabaciones caseras (parece ser que las tenía en cassette) registradas durante el proceso de grabación de The Creek Drank the Cradle, su álbum de debut en 2002, mi disco preferido de Iron & Wine. De hecho, no solo mi disco preferido de Iron & Wine, sino uno de los discos más bonitos que he escuchado nunca. Un disco al que recurro muy frecuentemente en casa, en el coche, antes de dormir… Por eso, enterarme que lo primero que ha editado Sean Beam en su nuevo sello Black Crocket Recording Co son estas 16 canciones – de algún modo complementarias a The Creek Drank the Cradle – ha sido un descubrimiento fantástico. No paro de escucharlo desde hace unos días. De hecho, solo escucho esto.

Escribo y pienso en las canciones que más me gustan del primer álbum de Iron & Wine. Lion’s Mane, Faded From the Winter, pero muy especialmente Upward Over the Mountain. Guitarra, banjo, voz susurrada, sin virtuosismos, sin vaciles, sin querer convencer a nadie… Siempre he pensado que Sam Beam tiene una sensibilidad especial a la hora de hacer canciones. Relatos sureños – es de Florida, nacido en 1974, el mismo año que yo[1], cuarentón ya – narrados a media voz, intimistas, complejos, preciosos. «Los hijos son como las aves que vuelan siempre por encima de la montaña», canta en Upward Over the Moutain, la canción perfecta.

Recuerdo que la única vez que he visto en directo a Iron & Wine no me gustó. Tocó en Apolo allá por 2007, presentando The Shepherd’s Dog, junto a músicos de Calexico. Demasiado ornamento, demasiado movimiento, demasiada influencia soul, demasiado funky… algo que ha ido caracterizando algunos de sus discos posteriores, más experimentales y eclécticos en ese sentido. Pienso en Kiss Each Other Clean (2011) o Ghost on Ghost (2013), donde hay saxos muy desagradables, con temas casi de baile. Por suerte, en 2009, Sam Beam editó Around the Well, un doble álbum acústico en el que recuperaba canciones sencillas que había ido acumulando a lo largo de los años. Hay quien me tacha de integrista – sí, quizás, en 1966, y ante la electricidad de Like a Rolling Stones, también hubiera llamado “Judas” a Bob Dylan en Manchester – pero simplemente me siento muy atraído por las canciones acústicas y desnudas de Iron & Wine. Muy atraído, casi obsesionado. Y eso tampoco es tan malo. No creo que por eso sea un integrista.

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Y mientras escucho las canciones de Archive Series Volumen No 1, y concretamente mi preferida, mi nueva Upward Over the Mountain”: Quarters in a Pocket, pienso que, quizás, si sólo pudiera escuchar un disco, un solo disco durante un periodo de tiempo muy largo, es probable que escogiese The Creek Drank the Cradle, o quizás este Archive Series Volume No 1. Y entonces se me ocurre una estupidez. Imagino una estupidez que me invite a decidir bajo presión. Por ejemplo – pienso – si ahora entrara en mi casa un tipo, se acercara a mi (obviamente yo estaría nervioso, asustado, y quizás no podría hablar con fluidez) y mirándome muy de cerca, como enfadado, me hiciera escoger el único disco que iba a poder escuchar hasta el 6 de marzo de 2016, sin ninguna duda (creo), escogería uno de los dos. Pese al pánico hanekiano de la intrusión, intentaría proponerle al tipo si, en este caso, y al tratarse el Archive Series No 1 de canciones más o menos descartadas del primer álbum de Iron & Wine, no sería posible hacer una pequeña excepción y quedarme con ambos. Imagino que la pregunta no le gusta. Me mira, suspira, y niega lentamente con la cabeza mientras respira profundamente por la nariz…

Se ha hecho oscuro, y ya no veo el patio, ni las flores. Justo en ese momento, timbran a la puerta. Silencio. Vuelven a timbrar. El tipo me hace un leve gesto con la cabeza para que vayamos hacia la puerta. Vamos de puntillas. Él me lo marca haciendo el gesto de ir de puntillas usando los dedos de la mano a modo de piernas. El tipo intenta mirar por la mirilla, pero la mirilla de nuestra casa es un simple adorno, no se puede ver. “Pregunta quien es”, me dice en voz baja. “Hola, ¿qué quieres? “, grito tras la puerta. “Buenas tardes, quería saber si me podría prestar un huevo? Entonces el tipo me coge de la mano y me dice. “No abras. Me da mala espina”. Suena de nuevo Quarters in a Pocket.

[1] Suelo tener buen ojo para las edades de los músicos. Algo me decía que Sam Beam había nacido en 1974, como Nacho Vegas. El otro día, en un concierto de Sean Rowe, una amiga (de mi quinta) defendía que era mucho mayor que nosotros. “Jo crec que és més jove que nosaltres, com del 75”, le dije. Luego ella lo buscó. Sean Rowe nació en Troy, Nueva York, en 1975. También he acertado el año de Laura Veirs (1973), de Andrew Bird (1973), de Matt Elliot (1974), de Tara Jane O’Neil (1972) y de Collin Meloy (1974). Fallé el de Will Oldham (1970).

Un pensamiento en “Hola, ¿tienes un huevo?: sobre Iron & Wine.

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