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El Maldaltura – Festival de Música Independent de Llessui es especial para mi. Primero porque lo montan unos amigos de toda la vida, los de L’Eix del Mal: Navarri e Hinojosa. Segundo porque, aunque sea de manera indirecta, tengo una relación afectiva con Llessui. Por cuestiones familiares he subido allí muchas veces desde que era adolescente. Conozco – un poco – a la gente de la villa, y he estado en las fiestas mayores de la mayoría de los pueblos de la Vall d’Àssua. He ido en moto por las bordas (siempre de paquete), he bebido en exceso delante de los padres, he bailado el Ball del Fanalet. También he subido, sin dormir, los 2.883 metros de altitud del Montsent, el pico más alto de la zona (nos tuvieron que venir a buscar). He ido en la parte de atrás del Renault 21 de Solana con seis personas más, con la Nona encima. Incluso he vuelto de fiesta en la parte de atrás de la furgoneta Citroen de un tipo que no conocía. La furgoneta cerraba con una cuerda. “Però com deixes que pugi amb aquell animal?”, recuerdo que le dijo Solana a Navarri, mi primo. “Agafa un quintet, ets tranquil com el teu pare”, me comentó Amàlia el lunes, mientras ayudaba a Navarri, Solana e Hinojosa a transportar los tablones del escenario del Tros de Sant Jaume. Para ello usamos un Vitara, una furgoneta muy vieja y un tractor marca Same.

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El pasado 17 y 18 de julio de 2015 se celebró la segunda edición del Maldaltura. Una segunda edición ampliada, mejorada, con dos días de conciertos, dos escenarios: uno pequeño para el viernes, ubicado en la planta baja de la antigua escuela del pueblo (Escenari Escola), y uno grande, el mítico, la cabaña de Thoreau en el Tros de Sant Jaume (Escenari Prat).

Y pese a que una fuerte y fugaz tormenta nos impidió disfrutar de los conciertos del prado previstos para el sábado – el vendaval, caprichoso, quiso que solo Germà Aire tocara en el Tros de Sant Jaume – he de decir que la experiencia Maldaltura 2015 fue maravillosa. Evidentemente hubiera preferido que no lloviera, y que mis amigos de L’Eix del Mal, la gente del pueblo (suerte de ellos, que saben gestionar situaciones de riesgo) y todos los asistentes no hubiéramos tenido que lidiar con los peligros del temporal. No obstante, lo que allí ocurrió fue muy bonito. La tempestad se convirtió en euforia.

Previo a la tormenta, la jornada del viernes transcurrió estupendamente. Los Shellac del Maldaltura, con Nele a la cabeza (hay gente que lo quiere de alcalde de Llessui) abrieron el festival con algunos problemas de sonido pero con un pop magnífico, a lo grande, con canciones nuevas (recientemente han sacado el single Casi Cuela, 2015) y temas clásicos pertenecientes a Agosto (2014). Una suerte de himnos que te hipnotizan para que solo quieras escuchar pop. Nele, Laura (esta vez con pierna escayolada), Eloy y Pedro sonreían y bromeaban con el público mientras Elena y Guille, serios, concentrados, hieráticos, ofrecían ese subconcierto que siempre acompaña a los directos de Neleonard.

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Luego llegó Fernando Alfaro, cabeza de cartel del viernes. Emocionante escuchar las canciones de Alfaro en Llessui. Cómo muchos de los allí presentes – los veteranos, los treinta y muchos y cuarenta y pocos – habíamos visto a Chucho infinidad de veces. Incluso gente del pueblo los había visto en 1996, en la primera edición del Doctor Music Festival de Escalarre, a unos 40 kilómetros de Llessui. Yo también estaba ahí, con Navarri. Chucho tocó a las 16 h de la tarde bajo un sol tremendo. Nosotros teníamos 22 años y llevábamos camisetas de 78. En Llessui Alfaro ofreció dos conciertos, uno acústico y otro eléctrico. En un momento dado, tras un acople raro con la acústica, le pidió a Guille su guitarra y empezó a tocar a intensidad perruza. Luego subieron al escenario Pedro a la batería y Elena al bajo, y tocaron juntos canciones míticas del repertorio de Chucho. El éxtasis llegó al final, con Fuerte, tema clásico de Surfin’ Bichos. Hacía tiempo que no gritaba ni saltaba con los brazos alzados (me da pudor, tengo poca gestualidad). El escenario estaba a media altura, pero me faltó Ángel turbio. Elena y Pedro estuvieron enormes. Cuando Alfaro acabó, la noche siguió con la selección musical de l’Eix del Mal. Poco a poco, fuimos perdiendo la compostura. Gran noche.

El sábado empezó con Ibuprofeno y siguió con los preparativos del prado. Los grupos probaban sonido mientras íbamos montando barras y trasladando barriles y bebidas. Bocadillo de butifarra mientras probaban Cala Vento y Como vivir en el Campo. Sol radiante y ligera brisa durante todo el día. Brazos quemados, nuca también. A eso de las siete, la segunda jornada del Maldaltura empezó con el folk psicodélico de Germà Aire en el prado. El cielo iba oscureciendo pero no parecía grave. Algunos sabios del pueblo habían asegurado que no iba a llover, así que los “pixapins” estábamos tranquilos. Germà Aire tocaron dos canciones en italiano, buenísimas, muy Battiato, comentamos con el López. Esta vez Nacho no iba de oso, sino de rebeco. Un niño lloraba al verlo.

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Y mientras las Rombo se preparaban para actuar, empezó a llover con fuerza. Al principio no hicimos mucho caso, pero de repente la cosa se complicó y hubo una estampida general hacia lugares cubiertos. Una parte de la audiencia se resguardó en el escenario, otra en la carpa de la barra y unos cuantos bajo un gran árbol. Un viento huracanado empezó a mover la carpa. Los más rápidos, gente del Pallars, reaccionaron y la sujetaron. La estructura estaba bien fijada, pero la cubierta de plástico empezó a hincharse por el aire, haciendo un peligroso efecto vela. La gente bromeaba, nerviosa, algunos gritaban. Y entonces, cuando la lona se elevó bruscamente se generó una fantástica reacción en masa. Todo el mundo se puso a aguantar la carpa, hasta conseguir que la lona volviera a cubrir la estructura. Yo estaba encima de unos barriles, sujetando uno de los laterales. Tú estabas dentro de la barra, aguantando la zona central, con un chubasquero no impermeable, como el de Zubelzu. No sé cuanto duró aquello, pero los dedos y los brazos dolían, y las sacudidas del viento eran cada vez más violentas. El cielo era totalmente gris. I see a Darkness. “Deixeu-la anar, això no té sentit”, gritó Perales. Pero la gente siguió aguantando. Cada uno asumió su pequeña función: aguantar loneta pase lo que pase. La lluvia nos iba calando. En mi lado, una mujer del pueblo empezó a fijar la lona con cuerdas, plásticos y trozos de tela. “Aquí el problema no és la pluja, sino els llamps”, me informó un hombre fuerte que aguantaba a mi lado. La señora – algunos la llamaron McGyver; otros Xena, la princesa guerrera – consiguió atar un nuevo plástico que hizo de pared, impidiendo así que el viento entrara por debajo de la carpa. Poco a poco, el vendaval amainó (al escribir amainó he pensado en «amaina verda», pero esto solo lo puede entender una persona). La fuerza colectiva salvó la carpa. El Maldaltura venció a la tormenta. Una victoria contra la tempestad que provocó un estado de excitación imposible de frenar. La gente aullaba y golpeaba la barra de alegría, y algunos empezaron a pedir de nuevo en la barra. “Possa’m vint euros en tickets de cervessa, estic molt optimista”, te dijeron.

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Y mientras aquello sucedía, organizadores y músicos decidían qué hacer con el festival. Todo se había mojado, y la lluvia podía volver en cualquier momento. La reacción fue rápida e unánime: volvamos a la escuela y montemos todo allí. “Escuela es bien, escuela es fiesta”, fue el slogan escogido por el rebeco para animar a la gente a que fuera hacia la escuela. Lo gritó varias veces. Todo muy Braveheart.

La misma euforia colectiva que salvó la carpa organizó el traslado. La gente vaciaba neveras, cargaba bidones, barras, protegía instrumentos, recogía cables. Una eficacia insólita que hizo que en un margen breve – no sabría decir cual, menos de una hora – todo se instalase de nuevo en la escuela. No había técnico, y los músicos sonorizaban. Eloy, los vàlius, Chamorro Ultralocal Records. Todos probaban sonido improvisando canciones, haciendo bromas. No había decoraciones, no había luces. Los instrumentos, un equipo de sonido, el muro de piedra y la luz gastada del local. Músicos haciendo las cosas que saben hacer los músicos. Sonó muy bien. Todo muy Hi Jauh Usb.

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El concierto de las Rombo marcó el tono underground de toda la velada. Su bajista se puso mala tras la tormenta y un componente de Salvaje Montoya la sustituyó. Ya no llovía. Y sí, había estrellas en el cielo. Luego llegó la elegancia pop de Roller Disco Combo. La primera voz muy Lemonheads, la segunda muy Teenage Fanclub. En las primeras filas pude ver a Dani y a Gil dándolo todo. Movían la cabeza como si estuviéramos en 1997. Lo de Cala Vento fue muy fuerte, muy inesperado para mi. Guitarra y batería a un volumen y una fuerza juvenil que daba mucha envidia. Muy bestia. La potencia de Nueva Vulcano concentrada en dos músicos de l’Empordà. La Costa Brava a 1.400 metros de altura. Y todo fue a más, ya que llegó el momento de Cómo Vivir en el Campo. La actuación de los madrileños fue impecable. En algunos momentos me recordaron a los Pink Floid de Meddle, con largos desarrollos instrumentales; en otros momentos me hicieron pensar en los temas más rockeros de El Niño Gusano. Las venas de mi amigo están ardiendo. Y la cosa aún fue a más con el rock sucio y canalla de Salvaje Montoya. Trepidante, excesivo, extremo, sin piedad. «Hola, me llamo Salvaje Montoya, tú mataste a mi padre. Prepárate a morir». Bajaron del escenario, el público gritó por los micros. Alguien quiso levantar al rebeco, pero calculó mal. Sujetó demasiado cerca de los tobillos y el rebeco, inestable, frágil, venció hacia delante.

Y con tal frenesí aparecieron encima del escenario los Pin & Pon Dj’s. Pulp, Family, Peret, Battiato, Saint Etienne… En la pista de baile la audiencia enloquecía. La barra iba a pleno rendimiento. Querías una cerveza pero Esteve, Azuara y la pequeña Navarri te sugerían que era momento de gin tonic, y era cierto. La gente bailaba, se abrazaba, se caía, se volvía a abrazar. Hay quien confundía mi rizo con el microrizo de Chamorro. Los hermanos Benet gritaban. Zubelzu bebía, Navarri saltaba, Hinojosa tropezaba. Había muchas señoras y señores mayores. Ya no tenemos edad para tanta performance. Y así se hizo de día. Y así acabó la segunda edición del Maldaltura, la más trepidante y épica hasta la fecha. No puedo dejar de pensar en el gran slogan del rebeco.

 

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