Una noche de sábado cualquiera, La lata de bombillas, Zaragoza, finales de los Noventa. Somos jóvenes y hemos venido a pasar el fin de semana a casa de mi prima. A mi primo le gusta mucho una chica que está en la barra. ¿Qué le digo? ¿Qué le digo? Una más y hablo con ella. Al cerrar el bar, cogemos dos taxis para ir a El Fantasma de los Ojos Azules. Mi primo se las ingenia para ir con ella en el asiento de atrás. Mareado por el alcohol y la conducción, lo único que finalmente puede decirle es: “Barcelona, Barcelona es lo mejor” (incluso sin r final). Más avanzada la noche, poco antes del amanecer, mi primo deletrea en voz alta toda la carta del Hamburgo -3. La precisión de su dicción es espectacular. Hamburguesa, H, A, M, B… De hecho, quizás lo del taxi y lo del deletreo no pasó en la misma noche, pero poco importa. Mi relación con Zaragoza es así, bonita y atípica.
Me gusta Zaragoza. Me gusta El niño gusano y todo el sonido deudor de ese eje central. Tenía una camiseta de Muy poca gente, azul, con letras amarillas (solo ponía “muy poca gente” en la zona del pecho). En mi estantería de cd’s siempre hubo una apartado fijo dedicado al pop maño. Ahora está desordenado, mezclado. Mientras escribo pienso en reordenarlos. Quizás mañana. Creo que las melodías más bonitas y atípicas del indie nacional pertenecen en parte a territorio aragonés. Sí, con el permiso astur de Fran Fernández (La Costa Brava, Nixon), también figura clave en el tejido musical post niño gusano. Y sí, quizás también con mención especial a Albacete (Surfin Bichos, Chucho, Mercromina). Pienso en Pon tu mente al sol (1996), de los maestros, en Amable (2004) de Tachenko (el costabravista siempre fue amable con las jóvenes), en La condesa aragonesa (2004) de La Costa Brava, en El beso más grande de Muy poca gente, en Henry Darger (2013) de Ricardo Vicente. Pienso en Belleza y miedo, la frágil canción que abre Hotel Florida (2015), el segundo y último disco de Vicente.
Mi relación con Ricardo Vicente surge de la escucha compulsiva de Museo Británico, canción publicada dentro del disco El perro es mío (2009) de Francisco Nixon. Bueno, nuestra relación. De hecho, que conste en actas que la de las escuchas compulsivas eres más tu que yo. Una obsesión tardía, varios años después de su publicación, pero que nos lleva incluso a comprar un caballito de plástico y situarlo de una de las estanterías del salón. Es un pony marrón, de larga crin blanca, pero para nosotros es un caballo zampo. Por quedar bien se lo regalé a tu abuela, y después compré otro igual. Nos gusta el disco de Nixon – increíble Brackets, dan ganas de llevarlos – pero nos atrapa el tono arrastrado de Ricardo Vicente. Poco después llegan las canciones de El problema de los tres cuerpos (2011), su disco junto a Francisco Nixon y The New Raemon. El entusiasmo y el desánimo unidos en un mismo relato, en una mica canción. En tres: Todos tus caballos de carreras, Palacio de los Gansos y El Milagro de Milán. A mi me gusta exagerar mucho la entonación final de “eres la aventura de mi vida”, casi tanto como cuando Nacho Vegas dice “Ay de mi…” en Cuando te canses de mi (La zona sucia, 2011). No me gusta tanto que haya saxo en Todos tus caballos de carreras.
Barcelona, Navidades 2013. No tenemos dinero y decidimos no hacernos ningún regalo. No obstante, bajo el árbol de cartón, a lado del conejo místico, aparecen dos paquetes: una camiseta de La Mar Mediterrània y el disco-libro ¿Qué haces tan lejos de casa? (2013) de Ricardo Vicente. Lo escuchamos en casa y en el coche, sin parar. Sus canciones son de las que mejor se oyen en el micra. A mi me gusta el ritmo de ranchera de Langostas en el Nilo, a ti la delicadeza de John Huston, a los dos la perfección melódica de la inquietante Henry Darger. Nos gustan sus dibujos; nos gusta que alguien le dedique una canción. Descubrimos una bonita referencia a tu ciudad. “Un casino en Uruguay” canta en Puerto Madero Llueve. Imaginamos que habla del casino de Montevideo, aunque podría ser el de Carrasco, o el de Piriápolis. En aquel momento yo aún no conocía tu ciudad, pero ahora ya sí, muy bien además. Incluso tengo una gorra de Piriápolis. Especulamos sobre la posible conexión de Ricardo Vicente con El paisito. En La vidente de Francisco Nixon (Lo malo que nos pasa, 2015), también aparece una mención a Uruguay: “me voy a buscar un augur uruguayo, que sepa entender en qué problema me hallo”. Un augur es un sacerdote especializado en la adivinación.
Y ahora llega Hotel Florida (2015), un nuevo disco donde el imaginario narrativo y la belleza atípica del pop de Vicente se despliega en nuevas e hipnóticas canciones. El hotel de los corresponsales de guerra. El hotel de aquel que escribe y narra las tensiones de la realidad. Un disco más denso y literario. Un disco metareferencial que exhibe de nuevo la íntima relación del músico con la escritura. De entrada, ya cuesta no quedar absorbido por el tema inicial, Belleza y miedo, voz de Zahara incluida. Preciosa guitarra. No está bien escucharla en repeat la media hora que tardas de casa al trabajo, no es sano. Vuelve a haber ranchera-hit en Muriendo de frío, solos de guitarra en Llamada de despedida a un dealer, pegadizos estribillos de lamento en Como que sale el sol o Roméo Dallaire (estoy tan solo en Canadá, son las cuatro y ya he bedido), baladas épicas como Trampa 22, y encima el disco acaba con un bucle conceptual que une su final (Belleza y Tiempo) con su principio, Belleza y miedo. Por una cuestión de tono, creo, hay voces que prefieren las palabras agudas, más cómodas de rima (por ejemplo Nacho Vegas: calcetín, perrín, San Antolín…; o el mismo Nixon: revisión, dental, sufrir, estás…), y hay otros que prefieren las llanas, ya que eso les permite incorporar un deje dramático en el final de las palabras. Por ejemplo J de Los Planetas (alturas, lado, tratabas, divertías, casa…). Lo mismo sucede con Ricardo Vicente, es de llanas. Y las palabras llanas te arropan y te empujan sin cesar. Suben y bajan, suben y bajan.
Recuerdo un día que vimos a Ricardo Vicente tocando en el Heliogàbal. Un concierto magnífico. Él estaba serio, concentrado, algo nervioso incluso. Hacia la mitad de su actuación, al terminar una canción muy aplaudida (no recuerdo cual), miró contento a la audiencia y dijo, un poco medio bajo: “nos está saliendo bien, eh!”. Nosotros dos nos miramos. Llevo todo día el escuchando Hotel Florida y pensando en aquel momento. Realmente les estaba saliendo muy bien.