Navarri me informa del inminente concierto de The Mountain Goats en el Heliogàbal. «Creo que es un lunes», me dice. Me pongo nervioso. Lo busco. Sí, es un lunes. Pienso en Labadie, que fue quien me hizo descubrir la banda allá por mediados de los 2000. Compro las entradas. Me parece magnífico que John Darnielle – compositor, cantante y líder del grupo – toque un lunes al lado de casa. En aquel momento aún no lo sé, pero luego descubriré que el motivo de su visita a Barcelona es la presentación de Lobo en la camioneta blanca (2015), su primera novela editada aquí por Contra Ediciones. Aparece en escena Alfaro, que también compra la entrada a tiempo. Sospecho que se van a acabar rápido. Y así es. Finalmente, Navarri se queda sin entrada. «Esperaba a no sé qué», se lamenta.
Quedo con Labadie y Alfaro en un bar turbio próximo al Heliogàbal. Mientras tomamos una cerveza en la barra, un cliente turbio habla a gritos con otro. Para manifestar su entusiasmo en aquello que explica usa tres veces la expresión “a todo lujo”. El local huele a frito. Llegan Benet y Navarri (el informante, el sin entrada) y se suman a tomar algo. Tras un par de rondas, Labadie, Alfaro y yo nos vamos al concierto. Navarri y Benet se quedan en el bar. A todo lujo sale a fumar.
La sala está llena, así que nos situamos en una zona próxima a la entrada, alejada de la barra. El concierto está a punto de empezar y en nuestra zona huele intensamente a frito. Delante de mí, una chica busca el origen de la fritanga olisqueando el jersey de su novio. El chico no entiende nada. Yo sí. Y entonces John Darnielle aparece ante nosotros. Aplausos y silencio expectante. Un silencio como nunca había experimentado antes en el Helio. Un silencio místico, espiritual. Darnielle saluda y empieza a tocar (creo) uno de los temas de Beat the Champ (2015), su último trabajo hasta la fecha, un disco de tintes conceptuales donde la lucha libre y la figura heroica del luchador se erigen como opción de huida y refugio de infancia. La lucha libre como teatro barato, apunta el músico en alguna entrevista. Hipnotizado por sus tonos de voz, sus estribillos pop y sus guitarreos antifolk, imagino que John Darnielle es un profeta visionario que exhibe eufórico las doctrinas de una nueva fe. Y al igual que Labadie, Alfaro y las ochenta personas allí reunidas, le sigo con un fervor casi cristiano. Pienso en The Life of the World to Come (2009), uno de mis discos preferidos de The Mountain Goats. En él, todos los títulos de las canciones son referencias bíblicas (Samuel 15:23, Genesis 3:23, Hebrews 11:40, Ezequiel 7 and the Permanent Efficcacy of Grace…). Me viene a la mente también su álbum Heretic Pride o su ep Satanic Messiah, ambos de 2008, y algunos temas de Trascendental Youth (2012) como Cry for Judas o In Memory of Satan.
Tras varias canciones, el músico se arranca hablando en un buen castellano. «Antes lo hablaba muy bien», confiesa, «y pensaban que yo era un cubano, pero ahora lo hablo como un niño de dos años. Dos años y medio». Risas. Nos explica – ya en inglés – la configuración de luchadores buenos y malos en el wrestling. Nos habla de Chavo Guerrero, su héroe cuando era niño, y de Apache Bull Ramos. Miro a la puerta que da a la calle, y allí veo a Navarri y a Benet observando desde fuera. Les miro pero ellos no me ven. Intento saludarles levantando mi mano en el poco espacio que tengo y acabo dándole un golpe en la cabeza a la chica que investigaba la fritanga. Perdona, lo siento. Suenan hits tales como This year, Dance Music, dos temas de The Sunset Tree (2005), según algunos su mejor disco o No Children, una joya de Tallahassee (2002). Al ser acústico, el concierto recuerda mucho al sonido lo-fi de The Mountain Goats en los Noventa e inicios de los 2000. Grabaciones caseras en cassette básicamente con guitarra y voz. Con el público absolutamente entregado, el músico deja la guitarra a un lado y se arranca con un tema a capela que solo acompaña con pequeños golpes en su pecho. No reconozco cual es. Mientras canta, se da varios puñetazos en la cara. Silencio y aplausos. No nos esperábamos lo de los puñetazos. Vuelve a la guitarra y Darnielle encara pletórico la recta final del concierto. Empieza una canción y se equivoca. «Sorry, usually I play this song with piano». Canta sin utilizar el micrófono, acercándose mucho a sus feligreses. La constatación del principio del fin me genera una sensación de vacío – como sueles decir tú, de nostalgia futurizada – y echo de menos su directo antes de que realmente acabe. Más silencio y más aplausos. Lucha libre, religión y mitología. Bises y final.
Al ser lunes, el Helio se vacía enseguida; pero Labadie, Alfaro y yo nos quedamos charlando un poco más. Me gustaría comprar la novela, pero no tengo dinero. De todos modos, sé que no tardaré mucho en leerla. Espero que sea buena. Tengo dos malas experiencias de novelas escritas por músicos y dos buenas. Las malas: Cartas a Emma Bowlcut de Bill Callahan y No voy a salir de aquí de Micah P. Hinson; las buenas: Cosas que los nietos deberían saber de Mark Oliver Everett (Eels) y Vida de motel de Willy Vlautin (Richmond Fontaine). El argumento promete: la correspondencia realidad – ficción entre el creador y los personajes de un tortuoso juego de rol. Mientras apuramos nuestra última cerveza, Darnielle pasa con su guitarra entre nosotros. Labadie me propone una foto con él. Yo no quiero, no me atrevo. Alfaro lo aborda y él asiente con simpatía y paciencia. Entretanto Alfaro dispara con el móvil, Darnielle me abraza y me acaricia la barba con suavidad. Lo juro. Tras dicho gesto, se despide sonriente agarrando de nuevo su guitarra. Mientras se aleja, consigo decirle: “Congratulations for the show”. Antes de salir a la calle, Darnielle se gira y nos mira haciendo con las manos la forma elíptica de una pequeña mandorla mística. Suena New Zion. Me hubiera gustado que estuvieras.