Ayer, en Ultra-local Records, tuvo lugar el evento de presentación del Festival Maldaltura 2017. El plan era simplemente maravilloso: concierto en acústico de Fernando Alfaro rodeado de discos y con una neverita azul llena de hielo y cervezas rojas y azules. Aún sabiendo que la cosa empezaría tarde, nosotros tres llegamos puntuales. Ahí estaba Navarri, nervioso, eufórico, con su camisa hawaiana de fuerza y sus pitillos. Al abrazarle, me extrañó verle con una lata azul en la mano. “Uf, tengo que hablar. Acuérdate de la segunda audición, la de los vàlius”, me dijo. Por allí andaban también Eric y Lena intentando abrir la puerta de un portal vecino. La mirada entre los dos hermanos y Olivia fue tipo Sergio Leone; larga, sobria, sin pestañeos, sin roces. Un adulto no aguanta esa mirada. Entramos en Ultra-Local, más abrazos. Veo en uno de los estantes el último disco de Mount Eerie (A Crow Looked at Me, 2017), el disco más triste del mundo. Me gusta demasiado Mount Eerie para no comprarlo, aunque pensar en su escucha duele. Llega Hinojosa, las señoras del indie, Los Labadie & Guyon, Paqui, Rafa Pinypon, Alfaro (Fernando no, Nacho, el navarro). Más abrazos, más besos y más latas rojas y azules. La paternidad me ha llevado a beber bastantes de las azules. Hace mucho calor pero no hay mejor lugar de encuentro que Ultra-Local. Todo es bonito dentro de esta tienda. Es el Edén.
Alfaro prueba sonido, y la audiencia entra ansiosa y receptiva. “Aún no empieza, eh” avisa Chamorro. La gente charla dentro de la tienda y en la acera. Olivia revisa discos en busca de In Bloomington de Advance Base. Está obsesionada con Christmas in Oakland desde que tenía días (ahora tiene seis meses y medio). Sobre las ocho, Navarri agarra el micro y presenta uno de los festivales más heroicos de la historia del indie. Cuarta edición ya del Maldaltura, y los de su pueblo – Llessui – aún no le han tirado barranco abajo; al contrario, el festival se ha consolidado, ha crecido, y ya pertenece al pueblo (cagondeu rubenillo, e ben parit el festival!). Navarri presenta los grupos de este año y agradece a su equipo (Lídia, Lore, Javi). Las latas azules le han funcionado, y se muestra fluido, sereno, elegante. Bonito guiño a Hinojosa, compañero inseparable desde los inicios frenéticos e inciertos del festival más alto de Europa. Bud Spencer & Terence Hill.
Tras la intro de Navarri, comienza el concierto de Alfaro. Olivia y yo nos sentamos en primera fila, con Gil. Imagino que tú estás fuera. Me giro pero no te veo. Solo veo cabezas. Alfaro empieza con una canción nueva, Olivia lo observa. Desde poca distancia del suelo, sentada en mis piernas, ella sigue atenta la canción. El calor es más intenso aquí abajo. Navarri me pasa una lata roja, fresquita. Le agradezco el color con las cejas. El concierto sigue con temas de Saint-Malo (2015) y La vida es extraña y rara (2011), y con alguna rareza de la época Surfin’ Bichos. Las canciones de Alfaro son preciosas, siempre ricas a nivel narrativo y perfectamente traducidas a la desnudez de su guitarra. Un maestro del pop con tantas horas de vuelo que hace que todo suene perfecto. Gil coge a Olivia y juega con ella un rato. Se gira hacia el público y les sonríe (Gil en plan enajenado no, Olivia). Para los que éramos veinteañeros con el 78 (1997) y el Tejido de felicidad (1999) de Chucho – es decir, ahora señores de más cuarenta – escuchar a Alfaro es siempre algo muy intenso. De hecho, se cruzan siempre gratos recuerdos de juventud. No es nostalgia, es biografía. Chucho en la primera edición del Doctor Music Festival de Escalarre en 1997, a las cuatro de la tarde, muertos de calor y a tope del pedo con Navarri. Ir a ver a Chucho antes que a Tindersticks en el Primavera Sound 2002. «¿Os quedáis en Tirdesticks, no? Que va tío, nos vamos a Chucho que toca arriba». Gil me pasa de nuevo a Olivia, que sigue enganchada a las canciones de Alfaro. Hace dos gritos como de fan al acabar Camisa hawaiana de fuerza. Olivia se frota los ojos. Es su hora de sueño. Alfaro reconoce que no lleva lista de canciones, que va sobre la marcha (las horas de vuelo, el estar de vueltas, la maestría), y Gil aprovecha ese momento para – desde abajo, a media altura, que se pueda ver – sugerir Un ángel turbio. Uff, suspira Alfaro, pero de inmediato se arranca con los acordes de la canción. Varias personas del público sacan sus móviles y graban en video. Gil también, pero solo a nivel visual, sin sonido. Para toda una serie de señores mayores que hay por ahí desperdigados – Hinojosa Brothers incluidos – Un ángel turbio es un himno generacional.
El concierto acaba con Fuerte de Surfin’ Bichos. Una maravilla. Olivia toma su biberón-cirio. Se duerme… Compramos una camiseta azul y una bolsa verde del Maldaltura. De repente, llega el bus y nos vamos, casi sin abrazos de despedida. Durante el camino de vuelta a casa, mientras tú y yo pensamos en lo que vamos a cenar, recuerdo la audición de l’Eix del Mal en la que Bud Spencer y Terence Hill invitaron a Fernando Alfaro. Fue un día entre semana, concretamente un jueves de diciembre de 2014 en la tienda de Bcore. Alfaro trajo Element of Light (1986) de Robin Hitchcok and the Egyptians. Había poca gente en la tienda. Navarri me presentó a Alfaro y los tres nos pusimos a hablar del concierto de Chucho en el Doctor Music. Alfaro nos explicó una batallita interna. Si no recuerdo mal, parece ser que él tenía que tocar en un momento dado un tecladito y los compañeros de la banda le habían cambiado los tonos. Sonaba todo con el culo, confiesa. Pues a nosotros nos encantó. “Joder, estábais ahí”. Nos reímos y chocamos las manos en alto, tipo Lakers. Las tres palmas encajaron en un único sonido perfecto.
Nota: la foto de inicio es de Carme Baqués. Fotón Carme! Gràcies!